Salutaciones
Señores y señoras,
Quiero comenzar agradeciéndoles a los constituyentes su gran trabajo durante este tiempo y felicitarles por el éxito con el que han completado los trabajos de la Asamblea Revisora, así como a los ciudadanos que se integraron al proceso.
Hoy estamos reunidos aquí para celebrar y reflexionar sobre un hecho que es de enorme importancia para todos: la Constitución reformada que hoy proclamamos que cambia los cimientos de nuestra historia y define también nuestro horizonte. Debemos recordar que una Constitución no está hecha solo con frías palabras técnicas sobre un papel, sino que es, sobre todo, el alma de un pueblo; la piedra angular de la nación, la luz que ilumina los caminos de justicia, paz y prosperidad; un pacto sagrado, un compromiso solemne que cada generación hereda y transmite a la siguiente.
A lo largo de los años, nuestro país ha conocido 39 reformas constitucionales, cada una de ellas bajo la promesa de construir un futuro mejor. Sin embargo, cada alteración ha tenido su costo. Recordemos, por un instante, los primeros pasos de la República Dominicana en 1844. Apenas nacida nuestra primera Constitución fue puesta a prueba. A Pedro Santana no le gustó la orientación democrática que tenía y ordenó rodear con sus soldados el Congreso Constituyente para conseguir la introducción del artículo 210, que le garantizaba poder dictatorial, y el 206, que le otorgaba dos períodos de gobierno sin elecciones. Esas dos disposiciones abrieron una puerta peligrosa, una puerta que desató las ambiciones de un poder ilimitado. Desde entonces, hemos visto cómo el síndrome de reformar se ha movido entre la esperanza y la desesperanza, entre el idealismo y el desencanto, dejando a su paso una estela de inestabilidad, fragmentación e incertidumbre.
Sigamos caminando juntos por esa memoria histórica. Pensemos en cada una de las reformas que siguieron, todas ellas buscando una nueva dirección, una reinterpretación del poder, como en 1854, cuando se autorizó nuevamente la reelección, y luego en 1858, cuando se prohibió otra vez. Esa alternancia fue el reflejo de una nación en constante lucha, no solo con sus gobernantes, sino consigo misma. Las reformas en 1865, 1866 y 1874 fueron parte de un patrón que no cesaba: un ir y venir de cambios que subrayaban la inestabilidad de nuestros cimientos.
Y así llegamos al siglo XX, un periodo marcado por gobiernos autoritarios y concentración del poder. Las reformas de 1907, 1929, 1934 y 1937 allanaron el camino para que la figura de un solo hombre extendiera su sombra sobre el país. Las reformas constitucionales de entonces no fueron simples cambios de cláusulas, sino mecanismos que facilitaron la perpetuación de un poder absoluto, que erosionó las instituciones, reprimió a los ciudadanos y sumió al país en una penumbra de la cual costó décadas salir.
Al llegar la democracia, la caída de la dictadura fue un renacer para nuestra patria. En 1963 se promulgó una nueva Constitución que prohibió la reelección inmediata, una señal de que por fin estábamos aprendiendo de nuestros errores. Sin embargo, la historia nos mostró que la senda de la democracia no es fácil, que cada avance puede verse empañado por nuevos retrocesos. Así, la reforma de 1966 reintrodujo la reelección y, desde entonces, hemos transitado un camino de prohibiciones y aprobaciones, de idas y venidas, en un ciclo constante de cambio que ha dejado profundas heridas en el tejido social.
Durante demasiados años en nuestra democracia ha estado latente una actitud autoritaria, en donde la voz de todos se sintetizaba en una, la del presidente, y éste, con frecuencia decidía que solo él podía dirigir la nación.
Y aquí estamos hoy. Preguntémonos: ¿qué nos ha dejado todo este vaivén? Nos ha dejado una lección clara: la estabilidad constitucional es más que una aspiración; es una necesidad fundamental para el desarrollo y la paz. La falta de estabilidad en nuestras reglas de juego ha generado incertidumbre y desconfianza, ha debilitado nuestras instituciones y ha desgarrado nuestra cohesión como nación. Cuando la Constitución es tratada como una herramienta de conveniencia, se erosiona el pacto social, y el pueblo, testigo de cada modificación, pierde fe en sus gobernantes y en el futuro. Por eso he promovido una serie de candados constitucionales que garantizan al pueblo dominicano que ningún político del presente o futuro caiga en la tentación de querer eternizarse en el poder; de ahora en adelante, deberán desaparecer los hombres que se creen imprescindibles en nuestra historia, porque la alternabilidad se ha consagrado ahora para siempre, ¡y el pueblo soberano deberá defenderla!
Paso a explicar de manera clara y detallada los argumentos fundamentales de los artículos reformados:
En primer lugar, se decidió ampliar el artículo 268, que ya contenía una cláusula pétrea, escuchen bien, que no se puede modificar. Esta cláusula está destinada a proteger la forma de gobierno: civil, republicano, democrático y representativo, y ahora incluye la forma de elección presidencial —establecida en el artículo 124— como una disposición inmodificable. ¿Por qué es esto significativo? Porque asegura que, sin importar los cambios políticos o las tendencias del momento, el mecanismo de elección presidencial permanecerá intacto, garantizando así estabilidad en el sistema democrático.
Además, como protección adicional, se incorpora en el artículo 278 una nueva disposición para establecer que ningún funcionario electo podrá beneficiarse personalmente de reformas constitucionales aprobadas durante su mandato, si estas afectan las reglas de postulación, elección o permanencia en su cargo. Esto refuerza la integridad del sistema y protege la Constitución aún más, de posibles alteraciones que respondan a intereses particulares en lugar de al bien común.
Por último, agregamos una cláusula transitoria de gran trascendencia. Esta establece que el presidente elegido en 2024, es decir, quien les habla, no podrá optar por una nueva candidatura en el futuro, reafirmando un compromiso claro con la alternancia en el poder. Aquellos que dudaron que esto fuera posible, ahora tendrán que creer en mis palabras: por primera vez en la historia de la República Dominicana un presidente con la mayoría necesaria para extenderse el poder decide limitarse el poder. Esta es una muestra clara de mi convicción y compromiso democrático. Termino el 16 de agosto del 2028 y no sigo más, no sigo más. Nunca más.
De igual forma, negándonos a negociaciones o conveniencia política, reiteramos que quien ya fue electo en 2016 tampoco podrá volver a postularse.
Hoy decimos alto y claro que el país está primero que cualquier gobierno y los ciudadanos por encima de cualquier presidente.
Y, en este punto, hagamos otra pausa, para preguntarnos también: ¿qué significado tiene para una democracia contar con instituciones sólidas y autónomas, como un Ministerio Público verdaderamente independiente? Porque, estimados compatriotas, sin una justicia libre de presiones políticas, sin fiscales que actúen con plena autonomía, la Constitución se convierte en una promesa vacía. Un Ministerio Público independiente es el garante de que la ley no tiene dueño, que los privilegios no podrán esconderse tras el poder, y que ningún ciudadano está por encima de la justicia.
Por eso muchas veces, reafirmé mi compromiso de cambiar la forma de designar al Procurador General, proponiendo un modelo para garantizar una verdadera independencia que la discrecionalidad del poder impedía por la dependencia política o por la amenaza del posible despido. La Constitución aprobada conservará la potestad del Presidente de presentar el candidato, pero será el Consejo Nacional de la Magistratura quien lo elija, así como a siete procuradores adjuntos. Esta medida asegura mayor imparcialidad e independencia, exigiendo que estos cargos no hayan participado en política activa en los últimos cinco años y que cuenten con un periodo de inamovilidad de dos años, renovables.
Además, esta constitución contiene otras dos disposiciones relativas a la unificación de las elecciones a partir de 2032 y la reducción de la cantidad de representantes en la cámara de diputados.
Señoras y señores,
Soy un convencido que el ejercicio del poder es siempre colectivo y temporal, que uno sirve al cargo y no se sirve de él. Que la voz de todos es más fuerte que la de uno solo y que para gobernar no solo hay que proponer, sino que también hay que escuchar, rendir cuentas y, cuando sea necesario, rectificar.
Esta cultura democrática que comparto con la gran mayoría de los dominicanos, es la que me ha impulsado a contribuir a que en nuestro país la democracia no solo sea una aspiración, sino una práctica cotidiana.
Juntos, estamos construyendo una nación en la que ningún gobernante se sienta con el derecho a eternizar su mandato. Este cambio constitucional es mucho más que un trámite administrativo que blinda un procedimiento. Representa la voluntad y los principios de un país que merece tener una democracia de calidad y que siempre debemos perfeccionar.
La mejor manera de honrar nuestra historia y avanzar hacia un futuro próspero es comprometernos con la democracia y asegurar que el poder siempre esté en manos del pueblo. Sin excepciones, ni decisiones arbitrarias.
Desde que asumí como presidente de la República, he subrayado la imperiosa necesidad de llevar a cabo acciones para acabar con la impunidad, afianzar y mejorar nuestra institucionalidad y contribuir al uso honesto, eficiente y transparente de los recursos públicos.
El cambio constitucional que hoy proclamamos simboliza el fin de la era del caudillismo y del personalismo continuista que históricamente puso en riesgo la democracia dominicana.
Con esta Constitución, nuestro país da un paso firme hacia la consolidación de un sistema donde las instituciones son más fuertes que los individuos, y donde el poder sea una responsabilidad y no un privilegio personal.
Hoy, nos blindamos con más y mejor democracia. Y lo hacemos en un momento en el que muchas naciones del mundo están recorriendo el camino opuesto, con gobiernos que buscan formas de perpetuar a sus líderes en el poder. La República Dominicana, contrario a lo que muchos pensaban, ha tomado un camino distinto: el de fortalecer la democracia, el respeto a la Constitución y la institucionalidad.
Por ello, recuerdo a todos los dominicanos: la democracia es un esfuerzo colectivo. Cada uno de nosotros tiene la responsabilidad de contribuir a su fortalecimiento. La alternancia en el poder no es solo un principio político, es una garantía de que nuestras instituciones se mantendrán fuertes y al servicio de la nación.
Es tiempo de construir un futuro en el que cada presidente que asuma el cargo lo haga con el compromiso de servir, sabiendo que su mandato tiene un límite que lo invita a actuar con rectitud y dedicación.
Casi todos los presidentes que me antecedieron conservaron la antigua costumbre de tender ante sus seguidores y el pueblo el manto de incertidumbre de la continuidad. Lo hacían convencidos de la conveniencia de ocultar el término de sus mandatos para escapar así al maleficio de la llamada soledad del poder. Ese no es mi caso. Yo creo que anunciar con honestidad el compromiso de terminar mi mandato conduce a la libertad del poder, al ejercicio sin ataduras para decidir solo en función del bienestar colectivo. Hoy me siento más y mejor acompañado que nunca, porque me acompaña la mayoría del pueblo dominicano.
Quiero dejarles un país donde la Constitución sea inmutable en sus principios fundamentales. Dejarles un país donde el poder no se atesora, sino que se comparte y se alterna, donde los gobernantes respetan las reglas y los ciudadanos confían en ellas. Dejarles una República Dominicana justa, fuerte y en paz, donde cada generación reciba una Constitución sin alteraciones interesadas.
Señoras y señores,
Permítanme dejar un mensaje a quien me suceda dentro de 4 años al frente del gobierno dominicano. En ocasiones se ha dicho que cada presidente debe ser el eslabón de una larga cadena y que la misión de quienes ocupamos esta responsabilidad es recorrer el tramo del camino que nos corresponde para que al siguiente gobernante le sea más fácil.
No hay mayor honor que servir a este país; no hay mayor responsabilidad que contar con la confianza de los dominicanos y no hay mejor proyecto que trabajar para transformar y mejorar sus vidas. Trabajen para ser un eslabón fuerte de una cadena que nos ayude a progresar.
Que vengan muchos más y que lo hagan siempre mejor que los anteriores. Nuestro pueblo lo demanda y nuestro país nos lo exige.
De aquí en adelante, y durante el resto de nuestro mandato, seguiremos aportando soluciones a las necesidades de los ciudadanos, para cada día mejorar la calidad de vida de los dominicanos, sin sobresaltos, y con una democracia estable.
No olvidemos, compatriotas, que la Constitución es la brújula de nuestra democracia, el espíritu que nos une y nos eleva. Mientras cuidemos su integridad, mientras respetemos su esencia, tendremos la certeza de que estamos construyendo un país digno, un país para todos, un país donde cada dominicano pueda soñar y vivir en libertad.
Muchas gracias y que Dios bendiga siempre a la República Dominicana.